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LA LUZ EN LA NIEVE

LA LUZ EN LA NIEVE
(Cuento)

Carlos Condarco Santillán

En el cielo del Hemisferio Norte, las constelaciones están presididas y giran en torno de la rutilante Estrella Polar, que fulge, como una gema ardiente, en el silencio pavoroso de las interminables noches árticas. En torno suyo, se dispersan las constelaciones clásicas, que escriben, como un alefato de luces astrales, toda una mitología celestial. Vemos a Hércules, Andrómeda, el Centauro, a Sagitario, el flechero infalible; y a muchísimas otras más. Cada una de ellas registra su historia celeste en un mito que la explica.

En la nocturnidad del diáfano cielo de los Andes se destaca, como indiscutible soberana, la esplendente y espléndida Cruz del Sur, la que, a manera de un giroscopio del infinito, cambia de posición en el decurso del año. En cierta Época, la Cruz parece reposar sobre uno de sus lados; en determinadas noches, se yergue vertical, majestuosa, coruscante y única.

Esta constelación, visible durante todo el año en el cielo de nuestro Hemisferio, fue faro antiquísimo para nuestros remotos antepasados. Señalaba, con su posición, los cambios estacionales a pastores y labradores. Marcaba el derrotero de los audaces navegantes.

Esta constelación, tiene, también, como las otras, su historia. Esta es la historia de Chakana. Escuchémosla:


Era una niña de tez morena, cabello renegrido y obscuras pupilas luminosas. Vivía, junto a los suyos, en las amplias praderas que se extendían mas allá en las riberas del gran lago, que reflejaba, en l variedad de su límpido espejo, el turquí del cielo altiplánico y reproducía las nevadas y graves testas de las montañas andinas.

Chakana apacentaba su rebaño de llamas; blancas como el más impoluto copo de nieve. Los ojos de los animales eran grandes, profundos y serenos como los de la niña pastora. Como los de ella, reflejaba el sentimiento de una inefable melancolía.

Chakana, dentro de la simplicidad de su vida sencilla y candorosa, no era totalmente feliz. Una constante inquietud rebullía en su despierto espíritu. ¿qué conturbaba a la pequeña pastora? El misterio de las cosas. El ver, sin desentrañar las esencias de lo visto. El oír, sin comprender, el mensaje de las voces de la naturaleza. Chakana no era feliz, porque deseaba ser dueña de todas las verdades. Todo constituida un gran misterio para Chakana y Chakana no era feliz.

La niña, buscando alivio para su desazón creciente, acudió donde el más sabio de los hombres de su raza de esos hombres adoradores de astros y montañas, y le interrogó:

- Padre, ¿qué es la verdad?

- Es aquello que reside en nosotros mismos, como una fuente de luz increada y eterna-, respondió, gravemente, el anciano. Pero debemos desentrañarla, como a un diamante en el seno obscuro de la tierra.

- Padre ¿qué dice el viento, ¿qué dice la luz, ¿qué dice el titilar de los astros, ¿qué dice el mágico espejear del gran lago, ¿qué dice el silencio de las montañas?

- Sin decir nada, lo dicen todo. Debes buscar el mensaje recóndito de sus voces en ti misma, que eres un resumen del Cosmos. En tanto no ahondamos en nosotros, el Universo permanece cubierto por un espejo velo. La verdad anida en ti.

- ¿cómo puedo llegar a ella, padre?

- Busca la luz, que es su símbolo. Asciende, desde la materia torpe y obcecante, hasta la región leve y luminosa. Elévate en pos de tu perfección y la verdad será tuya para siempre.

Chakana no comprendió íntegramente el consejo del anciano, pero determinose a peregrinar. Abandonó su numeroso rebaño de blancas llamas y, acompañándose solamente con dos de ellas, una alba madre, con su cría tan blanca como ella, empezó a caminar por la llanura intérmina, en dirección a las montañas nevadas.

Chakana recorría, sin cesar, leguas y más leguas, en lento e incesante caminar. Miraba la sobrecogedora amplitud del paisaje del Ande, pero, recordando las palabras el anciano, miraba dentro de si, contemplando un paisaje todavía mas maravilloso, su paisaje interior. Chakana caminaba hacia afuera y hacia adentro. Entonces empezó la revelación.

Principió, Chakana, a comprender los secretos de la Creación, que el paisaje le revelaba en lenta y laboriosa epifanía. Empezó a sentirse íntimamente hermanada con el aire, con las aguas, con la luz, con los animales, con las plantas, con las aguas, con la luz, con los animales, con las plantas, con los astros. Su tierno corazón infantil, donde se anunciaban el gozo y la esperanza, fue invadido por un incipiente y dulce paz.

Al cabo de muchos días, Chakana amaneció al pie de la cordillera, atemorizada ante la mole ingente y mayestática de la altísima montaña. La niña, besó con reverencia la tierra, aún fresca de rocío, y empezó el ascenso por las ásperas y estrechas sendas montañosas. Las dos llamas de Chakana, retozaban, saludando al Sol, en medio de los húmedos gramadales de las vertientes andinas.

El aire enrarecido era tenue como el más fino cendal. La materia parecía transmutarse por el influjo de las alturas, soberbias, espiritualizándose, haciéndose cada vez más etérea.

Un desconocido júbilo se expandía en el pecho palpitante de la niña.

- ¿es esta alegría la verdad? -, se preguntó Chakana.

Y se respondió a sí misma, sintiendo, con el relámpago de un escalofrío, renacer el antiguo desaliento: -No, no es la verdad. La montaña es, todavía, de roca y tierra. No es de luz.

La niña prosiguió su ascenso. Ya columbraba el blancor de las perennes nieves. Por fin, llegó al ámbito deslumbrante de la nieve virgen e inmaculada como ella misma. Ante el maravilloso deslumbramiento de la luz en la nieve, quedó ciega.

- ¿es esta ceguedad la verdad? -, se interrogó, para comprender, súbitamente, que la luz de la nieve era revelación y sombra; voz y silencio. Todo en uno.

Alcanzó, Chakana, a desvelar el misterio de las cosas, porque ya podía mirar, únicamente, hacia si misma a pesar de esta toda ella nimbada por el ampo de las nieves impolutas.

- He hallado la verdad dentro de mi –reflexionó Chakana- y al contemplarla en toda su desnudez, como una estrella pura, he sentido alegría y temor; esperanzas y asombro; en ella está la tentación del abismo y el triunfo sobre él. He llegado a la verdad y me siento muy sola.

Los dioses de la raza se conmovieron ante la soledad de Chakana. Uno de ellos, el que rige el rayo esplendente y señorea en las tormentas, el “Apu Illapa”, le dijo con voz grave y tonante, que retumbó en los valles, ascendió hasta el cielo y se dilató sobre el páramo y las aguas cabrilleantes del lago:

- Tú eres buena y pura, Chakana. Encontraste la verdad y que tus ojos mortales no pudieron soportar su visión, quedando ciegos. Llegaste hasta la luz de la nieve y eres, por tus virtudes, merecedora de ascender mas todavía, hasta la región suprema y transparente, donde rotan los astros en eterna armonía. Serás como ellos, Chakana, ¡elévate!

la niña, milagrosamente, se vio proyectada hacia el infinito; con la sorpresa, abrió los brazos en forma de cruz y sus ojos recobraron la visión perdida, refulgiendo como nunca lo habían hecho antes.

En el brillo de los ojos de Chakana, convertida, ahora en la Cruz del Sur, encuentran su derrotero los hombres de nuestros Andes. Junto a Chakana están sus fieles llamas blancas, son las constelaciones de “Catuchillay” y “Uñachillay”, la llama hembra y su cría.


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