Por: Jorge Llanque Ferrufino
― ¡No lo entiendo!
Decía el pequeño quirquincho, mientras se rascaba la cabeza y frotaba sus ojos para salir de su escondite, en principio tímidamente y luego con mayor confianza.
Había escuchado de sus compañeros que esa época era propicia para comer varios manjares en las casas de los humanos, y para probar suerte había elegido una humilde vivienda, cavando por los recodos para finalmente ingresar al recinto, pero seguía preguntándose.
―¡No lo entiendo… aquí debería haber personas, comida, diversión…. Pero no hay nadie!
Superando su inicial temor, se acercó a lo que parecía un altar… recordaba que sus amigos hablaban, que todos los años estos eran construidos por los humanos esas fechas.
Satisfaciendo su curiosidad, observó la mesa cubierta con una manta tejida color blanquecino. A modo de guardianes dos cirios apagados custodiaban lo que sería el ingreso. Luego vio que el piso estaba adornado con pequeños retazos de papel color verde que hacían de pasto y encima varios juguetes y pequeñas figuras de animales que dirigían su mirada a un punto central.
Ese punto era precisamente donde reposaba un nacimiento o belén navideño. Observó como un pequeño bebe estaba desnudo y dormía en una cuna de musgo, quizás era el llamado Niño Jesús del que habían hablado sus amigos.
La imagen del bebe era el centro de atención, estaba rodeado de lo que serían sus padres, además había pastores que arreaban pequeñas ovejas, llamas y otro género de animales. El pequeño quirquincho observaba todo de manera sigilosa y curiosa, era la primera vez que veía algo así.
― "Qué lugar tan extraño"― pensó ―"Esos deben ser los humanos de los que me hablaron, pero parece que ellos estuvieran congelados".
Suspiro hondamente, mientras un silencio sepulcral lo rodeaba ―No hay música, no hay diversión, no hay comida, solo este altar abandonado― y bajo el rostro con resignación, pero recuperando la confianza se dijo:
―Quizás recién llegarán los otros humanos, solo habrá que esperarlos un poco.
Y a la espera de la diversión y comida que esperaba disfrutar en su visita, se acurruco en una esquina del pesebre, soñando con los manjares que podría comer, cuando llegasen los otros humanos.
Fuera de la vivienda, el viento arreciaba con mucha fuerza y el frio altiplánico empezaba a ingresar a la vieja vivienda, el pequeño armadillo no temía por él, puesto que llegaba su grueso caparazón, pero veía con tristeza como el pequeño niño Jesús, descansaba desnudo en su cama de frio musgo.
En la oscuridad de la noche pudo notar que los tristes ojos del bebe le comunicaban que sentía un horrible frio por su desnudez.
―Pobre bebe, se resfriará, incluso podría morir… ¿Cuándo llegarán los otros humanos, para cuidarle, darle ropa y prender fuego para calentarlo.
El pequeño armadillo se dirigió a los padres del niño y los regaño por su falta de atención al bebe desnudo.
―Hermosa dama― dijo refiriéndose a María ―¡No te da pena!, observar como tu retoño, sufre por este frio, ¡No te da pena!, verlo ahí desnudo sin ningún tipo de cobijo―la respuesta fue solo el silencio, la quietud y los ojos de la imagen que parecían estar a punto de llorar.
―Señor mío, que mal es tu actuar― hablaba a la imagen de José ―como puedes permanecer quieto, cuando tu niño sufre de frio― Sin embargo solo recibió el silencio como respuesta.
Luego de cavilar para sí, el pequeño armadillo llegó a la conclusión que alguna entidad maligna mediante algún hechizo perverso debió haber congelado a todos los participantes en ese altar y que por ello ni los padres, ni los pastores podían hacer nada por el niño.
―No puedo dejar que este pobre niño muera por culpa de esa maldición, debo hacer algo para protegerlo, por lo menos con los primeros rayos del sol, se calentará y sobrevivirá a las inclemencias del tiempo― se decía para sí.
En principio quiso encender el fogón, pero desecho la idea porque desconocía las artes humanas para hacer nacer el fuego. Luego pensó intentar tapar todos los hoyos por donde ingresaba el frio de la noche, ayudado de sus poderosas garritas, pero luego indago que era una batalla perdida, porque eran muchos.
Finalmente se acercó al altar donde se encontraba la imagen del niño Jesús y refirió.
― ¡No llores niñito, que también me harás llorar!... ¡ya no estarás solito, te quiero consolar!
Y acto seguido, el pequeño armadillo, se sacó el grueso y cálido caparazón que lo cubría, para proteger al niño Jesús del frio nocturno. El viento furioso trataba de atacarlos, el pequeño animal se encorvó sobre el divino infante. El frio mordió su carne expuesta, pero él resistió, protegiendo al pequeño bebe, convirtiéndose en una muralla de calor para mantener al precioso niño.
Al filo del alba, la familia que armó el pesebre, lo encontró. Estaba como un guardián fiel protegiendo al pequeño niño Jesús que estaba arropado con su caparazón. Dicen que su frágil cuerpo expuesto no pudo moverse cuando fue descubierto y el quirquinchito sin coraza exhalo un último suspiro que se elevó al cielo y que en ese instante un coro de vientos suaves pareció llevarse su frágil alma.
Se dice que la historia del quirquincho que arropó al niño Jesús, se volvió famosa en esa región. Es por ello que cuando se arman los pesebres navideños entre las figuras de arcilla que acompañan el nacimiento o belén siempre se cuenta con la imagen de un pequeño quirquincho… es en memoria de aquel que en su inocencia, ofrendo su vida para que el frágil niño Jesús pudiese cumplir su destino en esta tierra.
El no cometió pecado pero Dios quiso que cargara con nuestro pecado para que nosotros en El, participemos de la santidad de Dios (Corintios)







