El Matricida - Efraín Alatriste Nava
Sobre el banquillo
gris, del acusado,
se encuentra un hombre
de mirar perdido
y de ver su semblante
entristecido
el corazón se siente
apesarado.
Hundida entre las
manos la cabeza
y sumido en el mar de
sus sollozos
ante la ley brutal y
los curiosos
que mofándose están de
su tristeza.
Grave y sereno el
juez; fruncido el seño
impasible se encuentra
en el estrado
sin embargo en la faz
del magistrado,
se adivina un pesar
jamás domeño.
El turno es del
fiscal; con voz de trueno
ante la turba hostil
de odio cegada
lanza su acusación de
hiel cargada
cual lanza la
serpiente su veneno.
¡Ahí lo tenéis señores
es la bestia!
el hombre sin entrañas
el ladino
el ser más
despreciable ¡el asesino!
que priva de la vida
sin molestia.
¡Es un chacal! malvado
y truculento,
un ente sin piedad ¡un
MATRICIDA!
quien con sus garras
arrancó la vida
de la mujer que le
brindo el sustento.
De la mujer que lo
veló de niño,
de la mujer que lo
forjó en su sangre,
de esa mujer que como
toda madre
le arrulló alguna vez
en su corpiño.
Y cómo le pagó ¡qué
cruel delito!
que injusticia sin
par… que cobardía
arrancarle la vida en
forma impía
señores este ser ¡es
un maldito!
Es un chacal y al
condenarlo en suerte
que se cumpla la ley
en su persona
y si Dios su pecado le
perdona
¡Que la justicia le
condene a muerte!
Calló el fiscal; la
turba enardecida
con rugido feroz gritó
al momento
¡Muera, muera; pero
antes al tormento!
¡Que muera el
indeseable matricida!
Habla por fin el juez
desde su estrado
imponiendo silencio al
ruido hecho
y dice: todo ser tiene
derecho
que hable sobre el
asunto el acusado.
Anegados los ojos por
el llanto
la faz ajada… hirsuta
la cabeza
jamás he visto tan
fatal tristeza,
jamás he visto
sufrimiento tanto.
… ¡Yo soy el asesino la
he matado!
y lo juro ante Dios…
¡no me arrepiento!
si por ello me aplican
cruel tormento
por su dicha lo doy
por bien empleado.
Más mienten los que
dicen que con saña
a mi madre maté,
¡miente la plebe!
yo la maté sin el
dolor más leve
la maté con amor, y
así no daña.
La maté con ternura,
suavemente
… se extinguió su
existencia tormentosa
cual leve palpitar de
mariposa
y abandonó la vida…
dulcemente.
Dulcemente murió,
¡cuánto la quise!
difícil es medir lo
que es cariño
maté a quien me
arrulló cuando era niño
sin embargo es amor;
porque lo hice.
Cuántos de los
hipócritas humanos
a quien yo supliqué
pidiendo ayuda
hoy me escarnecen con
terrible duda
¡y todavía pretenden
ser cristianos!
Cómo sufrió mi madre
¡pobrecita!
con atroces dolores en
el pecho
implorándole a Dios
desde su lecho
¡sufriendo aquella
enfermedad maldita!
¡Jamás he de olvidar
aquella noche!
en que gritando de
dolor me dijo
¡Mátame por piedad,
mátame hijo!
y no esperes de mi
alma ni un reproche.
Yo bendigo tu mano
hijo de mi alma,
¡Mátame ya!… y dame
sepultura
yo bien sé que mi mal
no tiene cura,
¡Mátame por piedad!…
dame la calma.
Y ese grito salvaje y
lastimero,
que anhelaba la muerte
suplicante
taladraba mi alma a
cada instante
¡Mátame hijo! ¿Dios
mío por qué no muero?
Y se ofuscó la luz de
mi conciencia,
y dejé de ser hijo…
¡fui verdugo!
y le arranqué del
sufrimiento el yugo
yo le quité señores
¡la existencia!
Lo demás ya lo saben;
qué tortura
¡ya no soporto del
dolor el peso!
y aquí me encuentro
ante vosotros preso
y es mi única pasión
la sepultura.
Mas no es la ley quien
deberá juzgarme,
aunque sí soy culpable
de eutanasia
no se van a reír de mi
desgracia
¡No lo harán! porque
yo ¡voy a matarme!
Una daga sacó de la
cintura
que en el pecho
clavose con violencia
al cielo suplicó
¡Señor… clemencia!
y se borró en su
rostro la amargura.
Y así termina la
existencia agita
de un hombre que de
amor es ¡MATRICIDA!
y deja en los annales
de la vida
¡UNA HISTORIA DE AMOR
CON SANGRE ESCRITA!